Después de tres meses de reclusión, Jean
Pierre abandonó el Castillo de Armagnac y regresó a París. Fue recibido con
mucho entusiasmo en la corte, como de costumbre en breve tenía más invitaciones
de las que podía aceptar y en las presentes circunstancias más de las que le
interesaban. Su mente solo estaba ocupada en una cosa, Sophie Saint-Claire.
Aun después de todo lo sucedido, de su
ira al enterarse del próximo enlace matrimonial y una vez que se hubo calmado,
comenzó a trazar nuevos planes, porque aquella mujer era suya y ningún
desgraciado iba a impedirlo.
André estaba preocupado, se acercaba la
boda de Sophie Saint-Claire y aunque había intentado por todos los medios que
Jean Pierre abandonase Francia y no estuviese presente en esa fecha, él duque se
había negado tercamente, por lo que André estaba seguro que intentaría alguna
necedad.
André no tenía amigos en realidad, pero
a su modo y por motivos conocidos solo por él se interesaba por Jean Pierre,
pero sabía y reconocía que aparte de ser
más bien poco hábil para aquella clase de cosas, al ser tan volátil se metía en
toda clase de líos de los que solo el peso de sus apellidos lo habían
protegido, o su rápida y eficaz intervención.
Cuando Jean Pierre había comenzado a perseguir
a Sophie Saint-Claire, André había visto el asunto con diversión, porque siendo
quien era resultaba sumamente extraño que tuviese tantos problemas para
conseguir la atención de una mujer. El asunto luego se volvió una obsesión y
comenzó a fastidiar a André, porque Jean Pierre no hablaba de otra cosa y se
volvió sumamente monótono. Sin embargo, con la aparición en escena de los
súbditos ingleses las cosas habían comenzado a complicarse. A André le tomó muy
poco tiempo darse cuenta que Sophie Saint-Claire estaba enamorada de Arlingthon
y éste de ella, lo que incomodaba a André era la presencia de un tercer sujeto,
Danworth.
Si bien era cierto que Kendall
Arlingthon era completamente inofensivo, no sucedía lo mismo con el otro. Era
poco lo que André había podido averiguar de Dylan Danworth, pero el instinto y
el tiempo que llevaba apartando de su camino a molestos individuos, le
advirtieron que era peligroso. Lo que no tenía muy claro era el papel que
desempeñaba en la vida de la codiciada señorita Saint-Claire hasta que tuvo oportunidad
de estar cerca de él y se dio cuenta que aquel infeliz también estaba enamorado
de la mencionada señorita. No obstante, le sugirió a Jean Pierre esperar a que
la criatura contrajera matrimonio y luego él mismo se ocuparía de conseguírsela
sin mayores contratiempos, pero la acción del duque lo tomó por sorpresa y fue
esto lo que lo alarmó. Jean Pierre se había enamorado como un imbécil de
aquella niña, lo que lo colocaba en el camino más directo a perder la cabeza
como de hecho sucedió.
Cuando André se enteró de la enormidad
del error cometido por su amigo, se reprochó a sí mismo el haber descuidado el
asunto. Él sabía mejor que nadie que Jean Pierre era inestable y no era una
simple expresión, realmente algo no funcionaba correctamente en su mente,
porque cuando se enfurecía literalmente perdía la razón. Los Armagnac tenían un
rasgo distintivo de locura del que nadie hablaba pero que todos conocían. André
había sido testigo de cómo había matado a golpes a un sujeto que había tenido
la desgracia de molestarlo en exceso, de modo que en su opinión, la tan
mencionada señorita había tenido una suerte extraordinaria.
Pero a pesar de todo lo sucedido, ahora
estaban en una difícil situación, se acercaba la boda y el precario equilibrio
mental de Jean Pierre peligraba. En condiciones normales habiendo dado su
palabra y siendo un caballero, no habría faltado a ella, pero con sus
antecedentes mentales cualquier cosa se podía esperar y eso había quedado más
que demostrado con el secuestro de la chica. Lo que lo hizo pensar nuevamente
en Dylan Danworth.
Originalmente había pensado que si
hubiese sido él quien planificara y ejecutara aquella locura, lo primero que
habría hecho sería sacarla de Francia, algo que obviamente a Jean Pierre no se
le ocurrió, pero esto le dio ocasión a André de enterarse que Danworth tenía no
solo poder sino los medios para ejercerlo. Sabía que del otro lado del Canal ese
apellido era sumamente temido y había comprobado que de este lado había un
sólido muro de silencio alrededor del mismo. De manera que fuese lo que fuere
lo que ideara para fastidiar los planes de Arlingthon y satisfacer el capricho
de su amigo, aunque seguía pensando que no valía la pena, debía tener muy en
cuenta a aquel sujeto. Él había empeñado su palabra al anterior duque en el
sentido de que velaría por el bienestar de su hijo y tenía sus propios
intereses para hacer aquello, pero a pesar de todo ello, le tenía mucho más
aprecio a su propia cabeza y había ciertos individuos muy interesados en
prescindir de ella, de modo que debía tener cuidado.
Por otra parte el poco juicioso duque de
Armagnac, en quien André no podía ejercer una vigilancia de veinticuatro horas,
había estado a solo un paso de perder de nuevo su orgullosa e inestable cabeza.
Siendo que había dado su palabra de no acercarse a Sophie, había decidido
apartar de su camino al molesto inglés, ya que en su desquiciada cabeza
subsistía la idea de que quitando del medio al futuro marido, encontraría la
forma de adueñarse finalmente de la chica. El asunto fue que una tarde cuando
intentó acercarse de manera subrepticia al odiado Arlingthon y aunque en esa
oportunidad su intención no era otra que fastidiarlo, de pronto se vio sujetado
por un par de fuertes brazos y arrastrado sin ceremonias al interior de un carruaje.
Una vez dentro, vio a tres individuos
cuyo aspecto advertía a gritos su condición y más allá de eso, su peligrosidad.
-
Si
le tiene algún aprecio a su cuello señor, le recomiendo no acercarse al Duque
ni a su prometida, o pronto estará haciendo compañía a su padre -- le
dijo uno de los hombres
Por supuesto él no iba a rebajarse a
discutir con unos individuos que a todas luces no solo eran de condición
inferior, sino unos criminales.
-
En
esta ocasión hemos sido amables, pero si hay una próxima no será así -- le
advirtió, después de lo cual lo dejaron marchar
A Jean Pierre le quedaron claras dos
cosas. Que tanto Sophie como el desdichado inglés estaban siendo vigilados y
que tendría que buscar otra alternativa, pero de ningún modo pensaba renunciar.
Jean
Pierre y André regresaban de su habitual paseo matutino cuando le anunciaron la
presencia del señor Chelles, el encargado de los asuntos legales del Duque.
-
¿Qué
quiere Chelles? -- preguntó el Duque sin ningún entusiasmo y
menos cortesía aún
-
Lamento
molestarlo pero es hay algo que es necesario que atienda lo antes posible señor
-
¿Qué? --
preguntó con sequedad
El individuo estaba visiblemente
incomodo, lo que consiguió molestar aún más a Jean Pierre.
-
Se
trata de un asunto relacionado con la señorita Lassus --
dijo el hombre
Jean Pierre no podía estar más molesto.
Había dado por finalizada su relación con Fedra hacía ya muchos meses, de
manera que la mención de la cortesana no le hacía ninguna gracia.
-
Chelles
--
dijo en tono peligroso -- ¿Por qué habría de interesarme nada
relacionado con esa mujer?
-
La
señorita está muy enferma señor…
-
Pues
peor para ella
-
… e
insiste en verlo -- finalizó
-
Escuche
imbécil, no le pago para que vaya por ahí haciendo de mensajero de mis antiguas
amantes, así que déjeme en paz -- y comenzó a caminar hacia la puerta
-
Señor,
la señorita es madre de un niño que insiste en decir que es suyo
André no estaba viendo la cara de Jean
Pierre pero tampoco necesitaba hacerlo para saber que Chelles corría un grave
peligro. De modo que se movió con celeridad y sujetó el brazo de su amigo.
André conocía bien a Jean Pierre, de manera que aquel proceder automático quizá
salvó la vida de Chelles, porque sin lugar a dudas sería quien pagase la ira
del duque aun sin razón para ello.
-
¡Largo
de mi casa! -- le gritó al verse retenido por André -- Y
si repite eso dese por muerto
-
El
problema no es que yo lo repita señor
-- dijo Chelles, que en opinión
de André estaba siendo muy necio al desafiar de ese modo su suerte --
Pero creo que es conveniente que sepa usted que la señorita ha estado “hablando” con otras personas
André consideró varios cursos de acción
que incluían desde darle un golpe en la cabeza a Jean Pierre y mantenerlo “dormido” por un rato, hasta ahorcar él
mismo a la desgraciada aquella. Pero sin importar ninguna otra cosa, lo primero
era alejar a Jean Pierre de Chelles lo antes posible y así lo hizo. Le llevó
relativamente poco tiempo tranquilizar
al volátil duque, y una vez que estuvo seguro que ya no era una amenaza, volvió
al Salón donde aun estaba Chelles a la espera de órdenes. Escuchó con
detenimiento la relación de los hechos y luego de agradecer al hombre y decirle
que se ocuparía de todo, lo dejó marchar.
Normalmente las cortesanas tomaban las
precauciones debidas para evitar accidentes
de aquella naturaleza. Ellas sabían que aquello podía costarles desde sus
privilegios hasta sus cabezas, dependiendo del sujeto en cuestión y aunque en
algunos casos, algunas habían tenido la habilidad suficiente para hechizar a sus amantes hasta el punto de
lograr que reconociesen a sus vástagos, eran extraordinariamente pocas y éstos
niños difícilmente podrían haber aspirado a nada más que a saber quién los
había engendrado, pero en ningún caso a reclamar ningún derecho de sucesión.
Había uno que otro caso en los que el padre, por la falta de descendencia
masculina adoptaba al niño, pero era
absoluta e irrevocablemente separado de la madre.
André Montreuil sin duda era considerado
un excelente amigo, porque había salvado
a Jean Pierre de una buena cantidad de líos, pero en esta ocasión sus opciones
eran pocas, porque según el informe de Chelles, Fedra había tenido la poco
brillante idea de informar del asunto a otro cortesano que para buena fortuna
de Jean Pierre se había ido derecho a hablar con Chelles, y éste a su vez lo
había hecho con la descocada aquella, pero no tenían la forma de saber si lo
había dicho a alguien más, o de confiar en que no. También según Chelles, Fedra
estaba muy enferma y pensaba que no le quedaba mucho tiempo de vida, lo que
suprimía el problema de sacarla del camino si es que moría convenientemente a
prisa, pero debían asegurarse de que lo hiciese sin poder hablar con nadie más.
Después de analizar cuidadosamente la
situación, André tomó una decisión y actuó en consecuencia, fue él mismo a
hablar con Fedra. Cuando ella lo vio se asustó mucho y él sonrió con
malignidad.
-
Algo
tarde para estar asustada Fedra ¿no crees?
-- dijo mientras se acercaba al
lecho
-
¿Te
envió él?
-
Si
así hubiese sido, tus expectativas serían mucho más funestas --
dijo sentándose tranquilamente en un sillón cercano -- Sin
embargo, esta visita no es de mi especial agrado de modo que seré breve -- y
después de mirarla el tiempo suficiente como para ponerla más nerviosa aun y
por motivos propios, se decidió a hablar
-- Estás muriendo y eso no tiene
remedio -- dijo con la mayor crueldad -- de
modo que te sugiero ser honesta.
-
No
estoy muriendo -- dijo la chica
-- el médico dijo…
-
Probablemente
quiso ser misericordioso pero como yo no tengo por qué serlo, vamos a
ahorrarnos el drama -- la interrumpió sin ninguna delicadeza -- ¿Ese
niño es realmente hijo del Duque?
-
Por
supuesto
-
Eso
no me sirve ¿Hay algo que pueda “probar”
que efectivamente es su hijo?
Aunque André sabía que aquello era prácticamente
imposible del mismo modo que lo sabía ella, también sabía que él podría
determinarlo con facilidad y solo la estaba mortificando por el puro y
enfermizo placer de hacerlo.
-
¿Qué
sucede si puedo probar que es su hijo?
-
Pongámoslo
así. Si el niño “no” es hijo de Jean
Pierre y te has dedicado a contar mentiras, morirás, algo que va a ocurrir de
cualquier manera, pero suponiendo que sobrevivas a la enfermedad, no me
sobrevivirás a mí. En cuanto al niño, me aseguraré que sea entregado en
adopción a algún desdichado matrimonio que lo desee, eso suponiendo que “nadie”
más esté al tanto de esto y sabes que lo voy a averiguar. En el caso hipotético
de que sea en verdad hijo de Jean Pierre y suponiendo contra todo evento que sobrevivas,
no volverás a verlo, nadie sabrá nunca que tuviste un hijo y si tienes la mala
idea de esparcir esa información, y suponiendo que te interese, le cortaré el
cuello a tu hijo.
La mujer lo miraba horrorizada. Sabía,
al igual que lo sabía todo París, que André Montreuil era no solo el hijo menor
de Eugene Montreuil Conde de Bravante, sino que además era un peligroso sujeto
que se había caracterizado por su extrema frialdad, pero más aún por la
imposibilidad de que aun sabiendo que era el autor material de más de un
asesinato, nadie pudiese probarlo. Se movía en las cortes como pez en el agua,
las damas disfrutaban de su compañía tanto en los salones como en sus camas, y
no porque fuese especialmente apuesto, aunque tampoco era que no lo fuese, pero
su posible atractivo se veía desvirtuado por la fría sonrisa de sus labios y la
aun más fría mirada de sus azules ojos. Y en el caso de los caballeros,
procuraban con ahínco no molestar a André, porque sabían que podían amanecer
flotando en el Sena. No había tenido necesidad de buscar una esposa con la
urgencia de descendencia, porque el título lo ostentaba su hermano mayor, de
modo que a sus veintiséis años se había casado ya tres veces y enviudado en igual
cantidad de oportunidades, y aún la gente se preguntaba cómo era que las
criaturas seguían deseando casarse con aquel peligroso sujeto.
Todo esto pasó a la velocidad de la luz
por la mente de la desdichada Fedra y supo sin lugar a dudas que el destino de
su hijo estaba en manos de aquel psicópata, pero si tenía alguna esperanza de
que el niño al menos sobreviviera, ésta radicaba en André.
Fedra lo había intentado todo para ganarse
el favor de Jean Pierre y este había sido el último y desesperado intento, pero
luego de su precipitada partida a mediados de la temporada pasada, no había
podido volver a verlo. Él había ignorado todas sus cartas y mensajes, de manera
que se había retirado al campo hasta que nació el niño y a raíz de su delicado
estado de salud, había regresado a París con la intención de que Jean Pierre se
hiciese cargo de su hijo. Sin embargo, cuando fue evidente que él no la
escucharía, deslizó el comentario a alguien que sabía podría hacérselo saber y
aunque se preparó para hacer frente a su ira, ciertamente no lo hizo para
enfrentarse a André. No obstante, y en vista de la situación, solo había una
cosa por hacer y fue exactamente lo que hizo.
Una hora después de su llegada a la casa
de Fedra, André miraba al niño y ciertamente no había ninguna duda de que era hijo
de Jean Pierre. Aparte del mismo cabello cobrizo, los mismos ojos azul celeste
y el indiscutible parecido en los rasgos, había algo más. Todos los varones
Armagnac tenían un defecto congénito, carecían de la falange distal del dedo
meñique de la mano izquierda, y siendo que unido a todo lo anterior el chico tenía la misma carencia, a nadie le
quedaría ninguna duda, duda que no había tenido André desde el momento en el
que había visto al niño.
-
¿Qué
sucederá con él? -- preguntó Fedra
-
Vivirá,
lo demás no es asunto tuyo
-
Es
mi hijo…
-
Lo
fue hasta este momento y te sugiero olvidarlo o ya sabes las consecuencias --
dijo André poniéndose en marcha
-
¿Cómo
sé que cumplirás tu palabra? -- le preguntó y el giró la cabeza dedicándole
una de sus frías sonrisas
-
Porque
yo soy un caballero, y como ciertamente mi palabra tiene mucho más valor que la
tuya, me mantendré informado de con “quién”
hablas y de “qué” hablas, pero en todo caso, así como estoy dispuesto a cumplir
mi palabra en un sentido también en el otro y si hablas de más tanto tú como el
chico dejarán de existir -- y a ella no le cabía ni la menor duda al
respecto
André salió llevándose al niño y sin
dejar que ella lo alzase por última vez. Aunque realmente ella no sentía un
apego especial a la criatura, seguía siendo su madre y algo debía dolerle,
porque unas silenciosas lágrimas resbalaron por sus mejillas. Después de eso no
sobrevivió más allá de cuatro agonizantes meses y aunque intentó hablar con
Jean Pierre, ya que André no había mencionado que no pudiese hacerlo, él nunca
se presentó.
André se llevó al niño a sus propiedades
en Normandía y una vez que hizo todos los arreglos para su cuidado, regresó a
París. De momento consideró innecesario que su amigo se enterase de nada, y aunque
esperaba que el necio de Jean Pierre lograse olvidarse de Sophie Saint-Claire,
contrajese nupcias con alguna joven igualmente adecuada y tuviese la
descendencia esperada, en caso de que no fuese así, ya él tenía una carta bajo
la manga que podría serle muy útil en el futuro. Pero ahora, debía dedicarse a
fastidiarle la boda al estirado Lord Arlingthon.
Como que esta a punto de llegar al final de la historia!!!!!!!
ResponderEliminarQue va a pasar en esta historia no me hagas eso mujer... A esperar el siguiente.
Besos
Buen día Erika...
Eliminarbueno está por finalizar esta primera parte, pero enseguida comenzaré a subir la segunda, en la q espero seguir contando con tu compañía :-)...
gracias Erika... nos leemos en el siguiente... kisses...