En la vieja
Inglaterra de finales del siglo XVI, existían tres pequeños poblados cuyas
tierras y habitantes eran feudo de los Arlingthon, los Danworth y los
Saint-Claire.
Los
Arlingthon constituían una de las familias más antiguas y con más raigambre del
país. Lord William Arlingthon era afecto a la corona, aunque hacía poca vida en
la corte. Había crecido en el campo y apreciaba la vida tranquila. Era un
hombre apuesto y con gustos refinados.
Su esposa Brenda, descendiente también de una familia de igual renombre,
era una mujer tranquila que tampoco se sentía especialmente atraída por la vida
palaciega. Era una mujer sencilla, de belleza apacible y dulce carácter. Tenían dos hijos, el mayor, Kendall, era un
joven de rostro hermoso y con los años llegaría a ser tan apuesto como su
padre. Rubio, de ojos azules, y reflejaba en cada uno de sus actos su buena
cuna. Pero como la mayoría de los jóvenes de su clase, disponía de mucho tiempo
libre, y demasiado amor por sí mismo. El menor, Arthur, a pesar de no poseer la
apostura de su hermano, también tenía un rostro muy agradable, rubio también y
con los mismos ojos azul claro de su madre,
era de carácter más apacible que el de su hermano mayor, y mucho menos
arrogante que éste. Mientras que Kendall era inquieto y con frecuencia se
quejaba de estar aburrido, Arthur dividía sus días entre pasear a caballo, las
lecciones con sus tutores y muchas horas dedicadas a la lectura por puro
placer.
Lord Joseph
Danworth en cambio, sí era un cortesano de tiempo completo al igual que su
esposa, y solo viajaban al campo en el invierno. Este caballero era de los
considerados peligrosos. Su influencia política podía hacer rodar cabezas con
la misma facilidad con la que se cambiaba de traje. Mientras que su esposa
Helen, disfrutaba de los beneficios de ser una de las damas de la Reina , por lo que su
influencia no era mucho menor. Tenían un solo hijo, porque Lady Danworth
decidió que uno era más que suficiente, y no tenía tiempo para abandonar sus
obligaciones en la corte y dedicarse a criar niños. Por lo tanto Dylan, su único hijo, pasó los
primeros años de su vida en manos de tutores y con la idea de que sus padres
eran visitantes temporales. Sin embargo, creció en la creencia de merecerlo
todo, porque lo que le faltaba de atención paterna, le sobraba en lujos y
caprichos. Desde pequeño fue voluntarioso y difícil, sus primeros tutores
duraron muy poco, hasta que llegó Mr. James. Este individuo aparte de sus
conocimientos, tenía paciencia y una férrea formación militar, por lo que fue
el único que logró imponer cierto orden y disciplina en la vida de aquel
muchacho. Cuando Dylan llegase a la pubertad, se convertiría sin duda en el
terror de las doncellas del pueblo, ya que era groseramente apuesto y su
sonrisa dulce, tras la que se escondía
un pequeño demonio, engañaría con facilidad a sus víctimas. Era ya alto para su
edad, de cabellos negros como el ala de un cuervo, y ojos verde intenso. Con
todo y a pesar de sus diferencias logró entablar una buena amistad con los Arlingthon, que se consolidaría con los años.
Los
Saint-Claire, eran inmigrantes franceses. M. Phillipe Saint-Claire, era miembro
de la corte de Enrique III, pero decidió huir a
Inglaterra a raíz de unos desagradables sucesos entre un primo del Rey y su
esposa Daphne. Una mujer sumamente hermosa, pero algo casquivana con tendencia
a involucrarse con hombres inapropiados. Phillipe, era un diestro duelista y se
había visto forzado a sustentar el cuestionable honor de su esposa en
innumerables ocasiones, pero en esta oportunidad se había involucrado con el
sujeto equivocado, porque si Phillipe lo mataba, igualmente terminaría en La Bastilla y posteriormente
decapitado por tratarse de un pariente del Rey.
Tenían cinco hijas, de las cuales M. Saint-Claire solo podía estar
seguro a medias de su paternidad. Eran tan distintas entre sí, que en ocasiones
era difícil creer que fuesen hermanas. La mayor Anne-Marie, era una beldad de
cabellos negros e impactantes ojos azul claro. La segunda, Rachell, tenía los
cabellos rojos como el fuego, y ojos verdes. Desiree, era de tez blanca y
cabellos rubios como el sol, y sus ojos eran verdes también. Cecile, tenía
cabellos castaños y ojos sospechosamente color chocolate. Y la menor Sophie, al
igual que su hermana Anne-Marie, tenía los cabellos negrísimos, y los ojos
azules pero de una tonalidad más oscura. Las sospechas de Phillipe surgían del
hecho de que solo dos de sus hijas, la primera y la última, guardaban algún
parecido con él, en tanto que las otras a pesar de que dos de ellas tenían los
ojos verdes de su madre, no tenían ningún otro parecido físico con ninguno de
sus dos progenitores, y la cuarta, era muy parecida físicamente a la madre,
pero el color de sus ojos no se correspondía con los de ninguno de los dos. A
pesar de todo ello, Phillipe había decidido quererlas y aceptarlas a todas,
pero sin lugar a ninguna duda, por quien perdió la cabeza fue por la menor.
Sophie era su delirio y su adoración y pronto las hermanas mayores entendieron,
que en un futuro si deseaban algo tendrían que recurrir a su hermana pequeña.
Mdme. Saint-Claire había sido duramente castigada por provocar la huida de su
familia del país, por lo que se había visto obligada a recluirse en el campo y
con la prohibición absoluta de frecuentar la corte. Sin embargo, cuando llegara el momento de
presentar a su hija mayor en sociedad, a Phillipe no le quedaría más alternativa que llevarla a Londres, y eso
era algo que éste resentía enormemente.
Pero
Phillipe tenía otra preocupación y de ella no había hecho partícipe a nadie, y
los sucesos que se avecinaban, confirmarían sus sospechas en breve.
En el
invierno previo a la presentación en sociedad de Anne-Marie, Daphne enfermó. El
médico que Phillipe hizo traer de Londres por recomendación de Lord Danworth,
diagnosticó una pulmonía severa, y el hecho de estar teniendo uno de los
inviernos más crudos, no ayudaba en nada a la situación. Las niñas estaban
desoladas, y Phillipe aunque su esposa había sido un dolor de cabeza desde el
inicio, en realidad le tenía un sincero afecto, y lo entristecía mucho que se
encontrara en aquella situación. Tan mal se encontraba Mdme. Saint-Claire, que
un hecho por demás inesperado tuvo lugar. Lady Arlingthon y Lady Danworth, se
acercaron a verla. A pesar de que sus maridos tenían muy buenas relaciones,
nunca se habían hecho visitas de aquella clase. Lady Arlingthon no salía
prácticamente nunca, y Lady Danworth, no pasaba el tiempo suficiente en la
campiña, como para fraternizar mucho con sus vecinas. No obstante, Phillipe
hizo gala de su buena educación al recibir a sus visitantes, y Anne-Marie
siendo la mayor de las niñas, hizo las veces de anfitriona. La inesperada
visita se llevó a cabo a la hora del té, y una vez que las damas vieron a la
enferma, bajaron al salón en compañía de Anne-Marie. Una vez que se hubo
servido el té, iniciaron la habitual charla intranscendente, pero bien
conducida. No obstante, Lady Danworth no dejaba de mirar a Anne-Marie, con
mucho disimulo, pero con intensa curiosidad.
-
Lord Saint-Claire
-- dijo dirigiéndose a
Phillipe -- no tenía idea de que tuviese usted una hija,
y menos una tan hermosa.
-
Agradezco mucho sus palabras, Lady Danworth --
dijo él -- pero en realidad tengo cinco.
La mujer no
pudo ocultar su asombro, aunque tarde intentó hacerlo al darse cuenta de la
grosería del hecho, pero con muy poco éxito. Phillipe sonrió con disimulo ante
la desazón de la mujer.
-
Entiendo que tal vez lo considere mi lady como un
número excesivo -- dijo con amabilidad,
mientras Lord Danworth lanzaba una mirada asesina a su esposa.
-
No, no, por supuesto que no --
dijo ella apresuradamente -- Solo me sorprende que no hayan tenido un
descendiente de género masculino.
Phillipe
Saint-Claire era en todo punto un probado caballero, pero al mismo tiempo tenía
una vena maligna, y no resistió el deseo de fastidiar un poco a la dama por ese
comentario tan inapropiado.
-
Anne-Marie por favor
-- dijo dirigiéndose a su
hija --
llama a tus hermanas, para que nuestros visitantes las conozcan.
Se hizo un
incómodo silencio, que Phillipe disfrutó al máximo al ver el malestar que había
generado. Ciertamente y aún sin decirlo, quedaba claro que con ello expresaba
que consideraba a Lady Danworth una entrometida. Anne-Marie volvió en compañía
de sus hermanas, y Phillipe se divirtió mucho más al ver la expresión de
asombro de sus invitados al notar la diversidad de fisionomías. Una vez que
fueron presentadas, las niñas volvieron a retirarse.
-
Muy hermosas todas sus hijas --
reconoció Lady Danworth
-
Gracias mi lady
-- dijo cortésmente
-
Supongo que esta hermosa damita --
dijo mirando a Anne-Marie -- está próxima a ser presentada en sociedad.
-
Así es
-- reconoció él -- el
próximo verano.
-
Es lamentablemente inconveniente, que Lady
Saint-Claire se encuentre indispuesta -- dijo
la mujer -- Y si para el momento del Baile de Debutantes,
no estuviese completamente restablecida, me ofrezco a ocuparme de los detalles
de su preparación, son asuntos verdaderamente engorrosos para un caballero.
Phillipe
miraba a la mujer y no lo podía creer, a pesar de que su rostro no reflejaba
sus pensamientos, sentía franca repugnancia por ella. ¿Lamentablemente inconveniente? Vaya una
manera poco acertada de referirse al delicado estado de salud de su esposa.
Además de que Phillipe sabía que aquel ofrecimiento no tenía nada de altruista
como pretendía. Estaba perfectamente al tanto de que tanto los Danworth, como
los Arlingthon, tenían hijos que en muy pocos años estarían en edad de contraer
matrimonio, y aunque dudaba mucho que sus apellidos tuviesen alguna dificultad
para encontrar esposas adecuadas, resultaba sumamente conveniente para aquella
arpía, si su futura nuera estuviese al alcance de sus “garras”. Sin embargo,
Phillipe agradeció el ofrecimiento pero sin comprometerse. Poco rato después
comenzaron a despedirse, Phillipe les agradeció su visita, especialmente a los
Arlingthon, que sin duda le resultaban mucho más agradables que los Danworth.
-
Y no lo olvide Lord Saint-Claire, si necesita ayuda
no dude en avisarme -- dijo Lady Danworth
-
Gracias mi lady, no lo olvidaré -- le
contestó
Una vez que
se subieron a sus respectivos carruajes, Phillipe borró la sonrisa de sus
labios.
-
Padre -- dijo Anne-Marie
-
Ahora no Anne
-- dijo él y entró en la casa sin
mirar atrás
Entre tanto
en el carruaje de los Danworth, Joseph miraba a su esposa.
-
¿Estás consciente de lo impertinente que
fuiste? -- le preguntó
-
¡Oh vamos, Joseph!
-- dijo con fastidio --
¿Quién en su sano juicio tendría tantos hijos? Y además de dudosa
procedencia, porque…
-
¡Helen!
-- la interrumpió el hombre -- Ya
es suficiente.
-
No me dirás que no lo notaste --
dijo sorprendida -- aparte de ser obviamente incompetente para darle
un hijo, al parecer Lady Saint-Claire prefería divertirse sin el concurso de su
marido.
-
Helen basta, esa mujer está muriendo --
dijo escandalizado
Pero en
realidad a Helen Danworth le importaba muy poco la suerte de la pobre
desdichada. Estaba convencida de que había sido muy tonta al no tomar las
previsiones que ciertamente ella sí había tomado, aunque después de comprobar
el muy mal asunto que podía ser no hacerlo, y muy falta de aptitud para
proporcionar un heredero a su familia, esto último decididamente injusto, pero
en ese entonces se estaba en la creencia de que el sexo de los niños era responsabilidad
de la madre, y muchas mujeres fueron desechadas por esto. Pero al mismo tiempo
resultaba bastante conveniente aquella superproducción de damitas, sobre todo
de la tercera hacia abajo. Ya que había en los alrededores tres futuros
caballeros en edad casadera, y aquella circunstancia podía resultar muy
provechosa, lo que hizo aparecer una sonrisa en sus labios.
Joseph
Danworth era temido por muchos miembros de la corte, era un individuo
peligroso, rencoroso y vengativo, pero al ver la sonrisa en los labios de su
mujer, sintió escalofríos. Aquella podía ser una criatura muy peligrosa y
sumamente venenosa, de modo que sintió cierta misericordia por quien hubiese
sido señalado como próximo blanco.
-
¿Qué estás tramando, Helen?
-
Cosas que de momento no te incumben, Joseph -- le
dijo
-
Helen, deja a los Saint-Claire en paz --
algo le indicó que hacia allá apuntaban sus objetivos -- Son
buenos vecinos, hemos tenido excelentes relaciones a través de todos estos
años, y pretendo que siga siendo así. De modo que no consentiré en que hagas
nada que inicie una guerra innecesaria.
Pero ella se
limitó a reír, lo que no tranquilizó para nada a Joseph.
Por su parte
los Arlingthon estaban divididos entre la consternación y la pena. Helen y
Brenda se conocían desde jóvenes ya que eran parientes, pero ciertamente no
podían ser más distintas. Y aunque a
Brenda no le sorprendió en lo absoluto y casi podía ver el cerebro de Helen
funcionando, le apenó muchísimo que se comportara de aquel modo con una familia
que estaba pasando por tan cruel momento. Mientras que William pensaba que si
él tuviese una mujer como aquella, la habría encerrado en una de las torres
mucho tiempo atrás. Se preguntaba qué le importaba a aquella despiadada mujer
que tuviesen uno o veinte hijos, aquello estaba muy lejos de ser asunto de
ella, y le parecía una actitud sumamente hostil y desvergonzada la suya.
Brenda, que conocía a su esposo muy bien, sabía que iba furioso. De modo que
colocó una mano sobre su brazo para tranquilizarlo.
-
William, Helen siempre ha sido así, y es obvio que
nunca cambiará -- le dijo con voz suave --
tampoco me siento cómoda con lo que hizo, pero no es nuestra
responsabilidad, y no tenemos por qué sentirnos culpables.
-
La próxima vez, recuérdame no ir en compañía de esa
mujer a ninguna parte -- dijo con desprecio
-
No voy a fingir que me agrada, pero sí sé cuáles son
sus motivos.
-
¿Motivos?
-- preguntó incrédulo --
¿Existe algún motivo que justifique tanta grosería?
-
Pues para ella sí
-- dijo Brenda --
solo ve a esas criaturas como posibles candidatas a convertirse en
esposas.
-
¡Por favor!
-- exclamó -- Eso
es absurdo. Su hijo jamás tendrá problemas para
conseguir una esposa.
-
Lo sé, pero si es alguien a quien ella pueda
manipular, lo considerará mucho más conveniente
-- le aseguró
Aquello
lejos de tranquilizar a Lord Arlingthon le produjo un inmenso asco.
Esa noche en
casa de los Saint-Claire reinaba un pesado silencio. La preocupación por la
condición cada vez más delicada de Daphne, los entristecía y preocupaba a
todos. El médico había hablado con
Phillipe y no se mostraba nada optimista. Cuando subió a la habitación,
encontró a la pequeña Sophie al lado de la cama de su madre, y le susurraba
algo al oído. Phillipe sintió mucho dolor, porque estaba seguro que los
esfuerzos de la niña por hacerse escuchar eran inútiles. Sin embargo, hizo un
gran esfuerzo cuando la niña se retiró después de dar un beso en la frente a su
madre, y mirándolo le sonrió.
-
Es hora de que te vayas a la cama Sophie.
-
Sí padre -- dijo ella obediente --
solo quería decirte que no te preocupes, mamá pasará la noche mejor.
-
De acuerdo linda
-- le dijo esforzándose al máximo
por corresponder a la infantil sonrisa
-- gracias por decírmelo.
Tomó la mano
de la niña para conducirla hasta a su habitación, como solía hacerlo su esposa,
pero cuando llegaron a la puerta, la niña se detuvo.
-
No es necesario que me acompañes padre -- le
dijo --
quédate con ella.
El se
arrodilló frente a la pequeña.
-
¿Segura que no quieres que te acompañe?
-
Segura
-- le dijo con convicción -- ya
tengo siete años y puedo hacerlo sola. Buenas noches.
-
Buenas noches linda
-- le dijo dándole un beso en la
frente -- que descanses.
Una vez que
la niña abandonó la habitación, no pudo detener una lágrima que resbaló
solitaria por su mejilla. Aquello iba a resultar muy duro.
que linda historia me gusta cuando publicas xf
ResponderEliminarBuenos días Josefa:
Eliminarprimero q nada muchas gracias por la lectura y por tomarte un minuto para dejarme tu opinión :)...
con relación a la historia, estaré publicando Lunes, Miércoles y Viernes, así q bienvenida y espero seguir contando con tu compañía... saludos... *IX*