La Dinastía

La Dinastía
Vidas Cruzadas es la primera entrega de la serie “La Dinastía” y cuenta la historia de los Saint-Claire en principio, una familia francesa cuyo hijo menor y por ciertas circunstancias es desterrado de su patria y decide establecerse en la Inglaterra de finales del siglo XVI. La historia de los Saint-Claire se verá estrechamente ligada a la de otras dos importantes familias inglesas, los Arlingthon y los Danworth, pero se verán envueltos en una serie de hechos que irán desde el amor y la amistad, hasta la mentira y la traición que desembocará en un complicado entramado de "Vidas Cruzadas" Safe Creative Código: 1211052633415

sábado, 3 de mayo de 2014

Cap. 01 Las Familias…



En la vieja Inglaterra de finales del siglo XVI, existían tres pequeños poblados cuyas tierras y habitantes eran feudo de los Arlingthon, los Danworth y los Saint-Claire.
Los Arlingthon constituían una de las familias más antiguas y con más raigambre del país. Lord William Arlingthon era afecto a la corona, aunque hacía poca vida en la corte. Había crecido en el campo y apreciaba la vida tranquila. Era un hombre apuesto y con gustos refinados.  Su esposa Brenda, descendiente también de una familia de igual renombre, era una mujer tranquila que tampoco se sentía especialmente atraída por la vida palaciega. Era una mujer sencilla, de belleza apacible y dulce carácter.  Tenían dos hijos, el mayor, Kendall, era un joven de rostro hermoso y con los años llegaría a ser tan apuesto como su padre. Rubio, de ojos azules, y reflejaba en cada uno de sus actos su buena cuna. Pero como la mayoría de los jóvenes de su clase, disponía de mucho tiempo libre, y demasiado amor por sí mismo. El menor, Arthur, a pesar de no poseer la apostura de su hermano, también tenía un rostro muy agradable, rubio también y con los mismos ojos azul claro de su madre,  era de carácter más apacible que el de su hermano mayor, y mucho menos arrogante que éste. Mientras que Kendall era inquieto y con frecuencia se quejaba de estar aburrido, Arthur dividía sus días entre pasear a caballo, las lecciones con sus tutores y muchas horas dedicadas a la lectura por puro placer.

Lord Joseph Danworth en cambio, sí era un cortesano de tiempo completo al igual que su esposa, y solo viajaban al campo en el invierno. Este caballero era de los considerados peligrosos. Su influencia política podía hacer rodar cabezas con la misma facilidad con la que se cambiaba de traje. Mientras que su esposa Helen, disfrutaba de los beneficios de ser una de las damas de la Reina, por lo que su influencia no era mucho menor. Tenían un solo hijo, porque Lady Danworth decidió que uno era más que suficiente, y no tenía tiempo para abandonar sus obligaciones en la corte y dedicarse a criar niños.  Por lo tanto Dylan, su único hijo, pasó los primeros años de su vida en manos de tutores y con la idea de que sus padres eran visitantes temporales. Sin embargo, creció en la creencia de merecerlo todo, porque lo que le faltaba de atención paterna, le sobraba en lujos y caprichos. Desde pequeño fue voluntarioso y difícil, sus primeros tutores duraron muy poco, hasta que llegó Mr. James. Este individuo aparte de sus conocimientos, tenía paciencia y una férrea formación militar, por lo que fue el único que logró imponer cierto orden y disciplina en la vida de aquel muchacho. Cuando Dylan llegase a la pubertad, se convertiría sin duda en el terror de las doncellas del pueblo, ya que era groseramente apuesto y su sonrisa dulce, tras la  que se escondía un pequeño demonio, engañaría con facilidad a sus víctimas. Era ya alto para su edad, de cabellos negros como el ala de un cuervo, y ojos verde intenso. Con todo y a pesar de sus diferencias logró entablar una buena amistad con los  Arlingthon, que se consolidaría con los años.

Los Saint-Claire, eran inmigrantes franceses. M. Phillipe Saint-Claire, era miembro de la corte de Enrique III, pero decidió huir a Inglaterra a raíz de unos desagradables sucesos entre un primo del Rey y su esposa Daphne. Una mujer sumamente hermosa, pero algo casquivana con tendencia a involucrarse con hombres inapropiados. Phillipe, era un diestro duelista y se había visto forzado a sustentar el cuestionable honor de su esposa en innumerables ocasiones, pero en esta oportunidad se había involucrado con el sujeto equivocado, porque si Phillipe lo mataba, igualmente terminaría en La Bastilla y posteriormente decapitado por tratarse de un pariente del Rey.  Tenían cinco hijas, de las cuales M. Saint-Claire solo podía estar seguro a medias de su paternidad. Eran tan distintas entre sí, que en ocasiones era difícil creer que fuesen hermanas. La mayor Anne-Marie, era una beldad de cabellos negros e impactantes ojos azul claro. La segunda, Rachell, tenía los cabellos rojos como el fuego, y ojos verdes. Desiree, era de tez blanca y cabellos rubios como el sol, y sus ojos eran verdes también. Cecile, tenía cabellos castaños y ojos sospechosamente color chocolate. Y la menor Sophie, al igual que su hermana Anne-Marie, tenía los cabellos negrísimos, y los ojos azules pero de una tonalidad más oscura. Las sospechas de Phillipe surgían del hecho de que solo dos de sus hijas, la primera y la última, guardaban algún parecido con él, en tanto que las otras a pesar de que dos de ellas tenían los ojos verdes de su madre, no tenían ningún otro parecido físico con ninguno de sus dos progenitores, y la cuarta, era muy parecida físicamente a la madre, pero el color de sus ojos no se correspondía con los de ninguno de los dos. A pesar de todo ello, Phillipe había decidido quererlas y aceptarlas a todas, pero sin lugar a ninguna duda, por quien perdió la cabeza fue por la menor. Sophie era su delirio y su adoración y pronto las hermanas mayores entendieron, que en un futuro si deseaban algo tendrían que recurrir a su hermana pequeña. Mdme. Saint-Claire había sido duramente castigada por provocar la huida de su familia del país, por lo que se había visto obligada a recluirse en el campo y con la prohibición absoluta de frecuentar la corte. Sin  embargo, cuando llegara el momento de presentar a su hija mayor en sociedad, a Phillipe no le quedaría  más alternativa que llevarla a Londres, y eso era algo que éste resentía enormemente.
Pero Phillipe tenía otra preocupación y de ella no había hecho partícipe a nadie, y los sucesos que se avecinaban, confirmarían sus sospechas en breve.
En el invierno previo a la presentación en sociedad de Anne-Marie, Daphne enfermó. El médico que Phillipe hizo traer de Londres por recomendación de Lord Danworth, diagnosticó una pulmonía severa, y el hecho de estar teniendo uno de los inviernos más crudos, no ayudaba en nada a la situación. Las niñas estaban desoladas, y Phillipe aunque su esposa había sido un dolor de cabeza desde el inicio, en realidad le tenía un sincero afecto, y lo entristecía mucho que se encontrara en aquella situación. Tan mal se encontraba Mdme. Saint-Claire, que un hecho por demás inesperado tuvo lugar. Lady Arlingthon y Lady Danworth, se acercaron a verla. A pesar de que sus maridos tenían muy buenas relaciones, nunca se habían hecho visitas de aquella clase. Lady Arlingthon no salía prácticamente nunca, y Lady Danworth, no pasaba el tiempo suficiente en la campiña, como para fraternizar mucho con sus vecinas. No obstante, Phillipe hizo gala de su buena educación al recibir a sus visitantes, y Anne-Marie siendo la mayor de las niñas, hizo las veces de anfitriona. La inesperada visita se llevó a cabo a la hora del té, y una vez que las damas vieron a la enferma, bajaron al salón en compañía de Anne-Marie. Una vez que se hubo servido el té, iniciaron la habitual charla intranscendente, pero bien conducida. No obstante, Lady Danworth no dejaba de mirar a Anne-Marie, con mucho disimulo, pero con intensa curiosidad.
-         Lord Saint-Claire  --  dijo dirigiéndose a Phillipe  --  no tenía idea de que tuviese usted una hija, y menos una tan hermosa.
-         Agradezco mucho sus palabras, Lady Danworth  --  dijo él  --  pero en realidad tengo cinco.
La mujer no pudo ocultar su asombro, aunque tarde intentó hacerlo al darse cuenta de la grosería del hecho, pero con muy poco éxito. Phillipe sonrió con disimulo ante la desazón de la mujer.
-         Entiendo que tal vez lo considere mi lady como un número excesivo  -- dijo con amabilidad, mientras Lord Danworth lanzaba una mirada asesina a su esposa.
-         No, no, por supuesto que no  --  dijo ella apresuradamente  --  Solo me sorprende que no hayan tenido un descendiente de género masculino.
Phillipe Saint-Claire era en todo punto un probado caballero, pero al mismo tiempo tenía una vena maligna, y no resistió el deseo de fastidiar un poco a la dama por ese comentario tan inapropiado.
-         Anne-Marie por favor  --  dijo dirigiéndose a su hija  --  llama a tus hermanas, para que nuestros visitantes las conozcan.
Se hizo un incómodo silencio, que Phillipe disfrutó al máximo al ver el malestar que había generado. Ciertamente y aún sin decirlo, quedaba claro que con ello expresaba que consideraba a Lady Danworth una entrometida. Anne-Marie volvió en compañía de sus hermanas, y Phillipe se divirtió mucho más al ver la expresión de asombro de sus invitados al notar la diversidad de fisionomías. Una vez que fueron presentadas, las niñas volvieron a retirarse.
-         Muy hermosas todas sus hijas  --  reconoció Lady Danworth
-         Gracias mi lady  --  dijo cortésmente
-         Supongo que esta hermosa damita  --  dijo mirando a Anne-Marie  --  está próxima a ser presentada en sociedad.
-         Así es  --  reconoció él  --  el próximo verano.
-         Es lamentablemente inconveniente, que Lady Saint-Claire se encuentre indispuesta  --  dijo la mujer  --  Y si para el momento del Baile de Debutantes, no estuviese completamente restablecida, me ofrezco a ocuparme de los detalles de su preparación, son asuntos verdaderamente engorrosos para un caballero.
Phillipe miraba a la mujer y no lo podía creer, a pesar de que su rostro no reflejaba sus pensamientos, sentía franca repugnancia por ella.  ¿Lamentablemente inconveniente? Vaya una manera poco acertada de referirse al delicado estado de salud de su esposa. Además de que Phillipe sabía que aquel ofrecimiento no tenía nada de altruista como pretendía. Estaba perfectamente al tanto de que tanto los Danworth, como los Arlingthon, tenían hijos que en muy pocos años estarían en edad de contraer matrimonio, y aunque dudaba mucho que sus apellidos tuviesen alguna dificultad para encontrar esposas adecuadas, resultaba sumamente conveniente para aquella arpía, si su futura nuera estuviese al alcance de sus “garras”. Sin embargo, Phillipe agradeció el ofrecimiento pero sin comprometerse. Poco rato después comenzaron a despedirse, Phillipe les agradeció su visita, especialmente a los Arlingthon, que sin duda le resultaban mucho más agradables que los Danworth.
-         Y no lo olvide Lord Saint-Claire, si necesita ayuda no dude en avisarme  --  dijo Lady Danworth
-         Gracias mi lady, no lo olvidaré  --  le contestó
Una vez que se subieron a sus respectivos carruajes, Phillipe borró la sonrisa de sus labios.
-         Padre  --  dijo Anne-Marie
-         Ahora no Anne  --  dijo él y entró en la casa sin mirar atrás
Entre tanto en el carruaje de los Danworth, Joseph miraba a su esposa.
-         ¿Estás consciente de lo impertinente que fuiste?  --  le preguntó
-         ¡Oh vamos, Joseph!  --  dijo con fastidio  --  ¿Quién en su sano juicio tendría tantos hijos? Y además de dudosa procedencia, porque…
-         ¡Helen!  --  la interrumpió el hombre  --  Ya es suficiente.
-         No me dirás que no lo notaste  --  dijo sorprendida  --  aparte de ser obviamente incompetente para darle un hijo, al parecer Lady Saint-Claire prefería divertirse sin el concurso de su marido.
-         Helen basta, esa mujer está muriendo  --  dijo escandalizado
Pero en realidad a Helen Danworth le importaba muy poco la suerte de la pobre desdichada. Estaba convencida de que había sido muy tonta al no tomar las previsiones que ciertamente ella sí había tomado, aunque después de comprobar el muy mal asunto que podía ser no hacerlo, y muy falta de aptitud para proporcionar un heredero a su familia, esto último decididamente injusto, pero en ese entonces se estaba en la creencia de que el sexo de los niños era responsabilidad de la madre, y muchas mujeres fueron desechadas por esto. Pero al mismo tiempo resultaba bastante conveniente aquella superproducción de damitas, sobre todo de la tercera hacia abajo. Ya que había en los alrededores tres futuros caballeros en edad casadera, y aquella circunstancia podía resultar muy provechosa, lo que hizo aparecer una sonrisa en sus labios.
Joseph Danworth era temido por muchos miembros de la corte, era un individuo peligroso, rencoroso y vengativo, pero al ver la sonrisa en los labios de su mujer, sintió escalofríos. Aquella podía ser una criatura muy peligrosa y sumamente venenosa, de modo que sintió cierta misericordia por quien hubiese sido señalado como próximo blanco.
-         ¿Qué estás tramando, Helen?
-         Cosas que de momento no  te incumben, Joseph  --  le dijo
-         Helen, deja a los Saint-Claire en paz  --  algo le indicó que hacia allá apuntaban sus objetivos  --  Son buenos vecinos, hemos tenido excelentes relaciones a través de todos estos años, y pretendo que siga siendo así. De modo que no consentiré en que hagas nada que inicie una guerra innecesaria.
Pero ella se limitó a reír, lo que no tranquilizó para nada a Joseph.

Por su parte los Arlingthon estaban divididos entre la consternación y la pena. Helen y Brenda se conocían desde jóvenes ya que eran parientes, pero ciertamente no podían ser más distintas.  Y aunque a Brenda no le sorprendió en lo absoluto y casi podía ver el cerebro de Helen funcionando, le apenó muchísimo que se comportara de aquel modo con una familia que estaba pasando por tan cruel momento. Mientras que William pensaba que si él tuviese una mujer como aquella, la habría encerrado en una de las torres mucho tiempo atrás. Se preguntaba qué le importaba a aquella despiadada mujer que tuviesen uno o veinte hijos, aquello estaba muy lejos de ser asunto de ella, y le parecía una actitud sumamente hostil y desvergonzada la suya. Brenda, que conocía a su esposo muy bien, sabía que iba furioso. De modo que colocó una mano sobre su brazo para tranquilizarlo.
-         William, Helen siempre ha sido así, y es obvio que nunca cambiará  --  le dijo con voz suave  --  tampoco me siento cómoda con lo que hizo, pero no es nuestra responsabilidad, y no tenemos por qué sentirnos culpables.
-         La próxima vez, recuérdame no ir en compañía de esa mujer a ninguna parte  --  dijo con desprecio
-         No voy a fingir que me agrada, pero sí sé cuáles son sus motivos.
-         ¿Motivos?  --  preguntó incrédulo  --  ¿Existe algún motivo que justifique tanta grosería?
-         Pues para ella sí  --  dijo Brenda  --  solo ve a esas criaturas como posibles candidatas a convertirse en esposas.
-         ¡Por favor!  --  exclamó  --  Eso es absurdo. Su hijo jamás tendrá problemas para  conseguir una esposa.
-         Lo sé, pero si es alguien a quien ella pueda manipular, lo considerará mucho más conveniente  --  le aseguró
Aquello lejos de tranquilizar a Lord Arlingthon le produjo un inmenso asco.

Esa noche en casa de los Saint-Claire reinaba un pesado silencio. La preocupación por la condición cada vez más delicada de Daphne, los entristecía y preocupaba a todos.  El médico había hablado con Phillipe y no se mostraba nada optimista. Cuando subió a la habitación, encontró a la pequeña Sophie al lado de la cama de su madre, y le susurraba algo al oído. Phillipe sintió mucho dolor, porque estaba seguro que los esfuerzos de la niña por hacerse escuchar eran inútiles. Sin embargo, hizo un gran esfuerzo cuando la niña se retiró después de dar un beso en la frente a su madre, y mirándolo le sonrió.
-         Es hora de que te vayas a la cama Sophie.
-         Sí padre  --  dijo ella obediente  --  solo quería decirte que no te preocupes, mamá pasará la noche mejor.
-         De acuerdo linda  --  le dijo esforzándose al máximo por corresponder a la infantil sonrisa  --  gracias por decírmelo.
Tomó la mano de la niña para conducirla hasta a su habitación, como solía hacerlo su esposa, pero cuando llegaron a la puerta, la niña se detuvo.
-         No es necesario que me acompañes padre  --  le dijo  --  quédate con ella.
El se arrodilló frente a la pequeña.
-         ¿Segura que no quieres que te acompañe?
-         Segura  --  le dijo con convicción  --  ya tengo siete años y puedo hacerlo sola. Buenas noches.
-         Buenas noches linda  --  le dijo dándole un beso en la frente  --  que descanses.
Una vez que la niña abandonó la habitación, no pudo detener una lágrima que resbaló solitaria por su mejilla. Aquello iba a resultar muy duro.




2 comentarios:

  1. que linda historia me gusta cuando publicas xf

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    1. Buenos días Josefa:

      primero q nada muchas gracias por la lectura y por tomarte un minuto para dejarme tu opinión :)...

      con relación a la historia, estaré publicando Lunes, Miércoles y Viernes, así q bienvenida y espero seguir contando con tu compañía... saludos... *IX*

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