Phillipe Saint-Claire, actual Archiduque
de Lothringen y Conde de Cleves, descendía por línea directa materna, de los
Habsburgo, y por línea directa paterna de los merovingios. La suya era lo que
se llamaba nobleza real o de sangre, porque era aquella que no había sido
concedida por ningún soberano, sino que perteneciendo a una de las casas más
antiguas se consideraban “primus inter
pares”, disfrutando de este rango por el ejercicio sin oposición de los
privilegios de la aristocracia desde tiempos inmemoriales. Razón por la cual
también solían llamarla “Nobleza
Inmemorial”, ya que su dinastía podía rastrearse hasta más allá de los
registros existentes.
Phillipe era el tercer hijo de Louis
Saint-Claire y Ana Valois. Phillipe no había conocido a su madre, porque ésta
había muerto unos días después de su nacimiento, razón por la cual había
adorado a su abuela ya que había sido la única madre que había conocido.
La razón de que Phillipe, siendo el
menor de los tres hermanos Saint-Claire, fuese el que ostentara los títulos,
era sencilla y trágica al mismo tiempo. Primero, porque en la Francia de entonces y en
el lugar de dónde él procedía, se regían por El Derecho Romano o Escrito del
Sur que era esencialmente individual. El propietario, tenía la facultad de
disponer libremente de sus bienes, y era la voluntad la que creaba los
herederos. Sin embargo, y aunque no se regían por el derecho de primogenitura,
dos razones de diversa naturaleza, fueron las que impulsaron a su padre a
legarle a él los derechos.
Su padre era protestante, pero fue
obligado a casarse con una mujer católica en uno de los tantos manejos
políticos con el fin de aligerar las tensiones y guerras religiosas, algo a lo
que su abuelo no había podido oponerse, pero haciendo a un lado los posibles
efectos beneficiosos que este enlace hubiese podido tener en la política de su
país, ciertamente generó una guerra familiar intensa, y aseguró el hecho de que
su padre procurara con ahínco no involucrarse en la política de su país.
Louis, el hijo mayor del matrimonio,
estuvo sometido a las rígidas enseñanzas católicas de su madre, razón por la
cual y contraviniendo los deseos de su padre,
en cuanto su madre murió el chico
que a la sazón tenía ya dieciséis años, se marchó de la casa paterna y
se puso en contacto con los Habsburgo, la familia materna que a su vez lo
hicieron ingresar una orden religiosa en ascenso, La Compañía de Jesús. Esta orden había sido fundada en 1540 y Louis
fue recibido en ella sin ningún inconveniente gracias a la influencia de la
familia su madre.
Esto ocasionó toda clase de trastornos a
su padre que ya había gestionado su futuro enlace matrimonial y que no podía
ser transferido al siguiente de sus hijos, porque Maurice tenía entonces solo
tres años. Aquello fue un duro golpe para Louis Saint-Claire (padre) y una gran
decepción.
Después del nacimiento de su primer
hijo, el padre de Phillipe pensó que su esposa sería incapaz de darle ninguno
más, de modo que había cifrado todas sus esperanzas en Louis. Sin embargo, el
destino tenía otros planes, porque trece años después del nacimiento de Louis,
nacía Maurice y tres años más tarde Phillipe.
Dadas las circunstancias, Louis comenzó
a cifrar sus esperanzas en sus dos hijos menores. Recibieron una esmerada y
vigilada educación, pero en este caso Louis no tenía nada que temer, porque sus
padres no profesaban religión alguna y de hecho tenían una peligrosa
inclinación hacia ciertas prácticas que eran consideradas heréticas. No
obstante, su madre se abstuvo de llenar la cabeza de sus hijos con enseñanzas
inapropiadas y se limitó a lo necesario e importante. Lo que Louis no sabía,
era que Sarah Saint-Claire, había transmitido ciertos retazos de “historia
familiar” en forma de cuentos.
Los Saint-Claire no volvieron a ver a
Louis hasta doce años más tarde y con toda honestidad, les habría gustado que
no fuese así. La familia de Phillipe se las había arreglado a través de los
años, para sortear con éxito los espinosos asuntos de orden religioso. Pero una
vez que se inició el difícil período de las sucesivas guerras religiosas, Louis
pensó que en beneficio de la seguridad de sus hijos, era mejor enviarlos a
Toulouse, a la propiedad de sus padres. Sin embargo, el viaje había tenido que retrasarse debido a
que primero Maurice y luego Phillipe habían enfermado. En el verano de 1572 se
hallaban Maurice y su padre cenando solos, porque Phillipe aún se recuperaba en
su habitación, cuando el mayordomo anunció que un prelado deseaba ver al
Archiduque.
Aunque no era tan inusual, ya que el
actual soberano y la reina madre, Catalina de Médici, eran católicos. De modo
que Louis se levantó y fue a recibir al visitante, pero para su horror, se
trataba de su propio hijo.
-
Buenas noches padre
-
¡Fuera de mi casa! -- exclamó con indignación
Maurice, que al escuchar a su padre
gritar al visitante había corrido en aquella dirección, se quedó clavado al
piso porque si bien era cierto que no tenía recuerdos de su hermano mayor,
porque éste se había marchado cuando el sólo tenía tres años, el solo verlo
suprimía cualquier duda al respecto, porque era como estar viendo a su padre
unos años más joven.
-
Maurice, supongo
-- dijo el hombre
-
¿Louis?
-
He dicho que te largues
-- volvió a decir su padre
-
Yo sería más cuidadoso -- dijo Louis -- estoy aquí en tu beneficio y no sería
juicioso de tu parte rechazar mi ayuda
Maurice suplicó a su padre que lo
escuchase, y más que por verdadero interés, lo hizo porque la peligrosa
frialdad en los ojos de Louis, lo advirtió que efectivamente podría resultar
muy poco juicioso no hacerlo. Después de algunas vueltas del todo innecesarias
en opinión de Maurice, finalmente Louis había dicho lo que aparentemente quería
decir.
-
Padre, te sugiero que salgas de París lo
antes posible y lleves a mis hermanos a un lugar seguro.
-
¿Por qué?
-
Solo hazlo, porque a pesar del poco
afecto que nos profesamos, sigues siendo mi padre.
Dicho esto abandonó la casa. El Archiduque podía ser muy terco y
orgulloso, pero sin duda era un hombre inteligente y si ya antes de esa
inesperada visita tenía planeado sacar a sus hijos de allí, ahora con más razón.
Por un momento tuvo la duda de si llevarlos a Lyon a sus propiedades, o a
Toulouse a la de sus padres, pero finalmente se decidió por la última.
El 20 de agosto a primera hora estaban
abandonando París, y aunque Louis Saint-Claire nunca había participado en política,
ni se había declarado públicamente seguidor de ningún fe religiosa, era muy
probable que con aquella salida hubiese salvado su vida y la de sus hijos,
porque tres noches después, el 23 de agosto de 1572, se llevó a cabo una
espantosa matanza que se conocería luego como la Noche de San Bartolomé, y donde fueron masacrados los hugonotes (protestantes).
Es difícil determinar la hora exacta en
la que comenzó todo, pero según los registros, fue alrededor de medianoche y la
señal parece haber sido las campanadas de la Iglesia San Germán-Auxerrois, próxima al Louvre. Los nobles protestantes
fueron sacados de palacio y masacrados en las calles, y Colygny, cabecilla de
los protestantes, fue arrojado por una ventana de palacio. La matanza continuó
varios días a pesar de que el Rey intentó detenerla. El número de víctimas
estimado, fue de 5.000 en París, y 10.000 en toda Francia.
Aquel acto de extrema barbarie, fue el
inicio de tres años de horror para los Saint-Claire, porque bajo la protección
de Catalina de Médici, Louis llegó a Cardenal a la asombrosa edad de veintiocho
años. Y para empeorar más la ya muy mala situación, le dieron plenos poderes
para ejercer el cargo de Sumo Inquisidor en la Región de Languedoc, que para desgracia de sus
habitantes, estaba compuesta en su mayoría por protestantes.
De las ejecuciones sumarias que se
llevaron a cabo en la región, la más
penosa fue la de Sarah Saint-Claire. Siendo que la identidad de los acusadores
en casos de herejía o brujería, estaban protegidas, jamás se enteraron de quién
había denunciado a Sarah, pero a ellos no les cabía duda que nadie lo había
hecho y que había sido detenida por órdenes de Louis, que en su calidad de Sumo
Inquisidor, probablemente no tendría que dar ninguna explicación.
De nada sirvió que sus hermanos fuesen a
suplicar por la vida de su abuela, porque con extrema frialdad habían sido
despedidos, diciendo que actuaba conforme a los designios de la Iglesia
Católica, y que algún día lo entenderían. Sarah estuvo detenida solo cinco
días, tiempo durante el cual no se les había permitido verla, con excepción de la noche anterior a la
ejecución y lo que les fue dicho, no lo olvidarían jamás. Maurice ya tenía
entonces casi diecisiete años y Phillipe catorce, de modo que Maurice le
suplicó a su abuela que se declarara culpable y así tener oportunidad de que
Louis suspendiera la ejecución pero Sarah se negó.
-
No soy culpable de nada y no voy
reconocer algo que no es verdad. Mi tiempo ha llegado a su fin niños y el de su
dinastía también. No nacerá ningún otro varón Saint-Claire que perpetúe el
apellido -- y
miró a Phillipe -- Los Saint-Claire terminan contigo,
pero la sangre Saint-Claire, aunque continuará a través de ti, estará sujeta a
una terrible maldición.
-
Pero abuela, Phillipe no tiene la culpa
de lo que está haciendo Louis -- dijo Maurice con desesperación, y sin notar
que con maldición o sin ella, al menos Sarah estaba diciendo que tendría
continuidad, mientras que no lo había mencionado a él
-
Con sus acciones, Louis ha puesto en
marcha la rueda del destino. La Madre, y con ello me estoy refiriendo a la
naturaleza -- dijo aclarando, aunque era del todo innecesario, porque Phillipe no
había olvidado las muchas historias con las que había crecido -- siempre se ocupa de restaurar el orden
natural, por lo que toda acción tiene consecuencias.
El tiempo que les habían concedido para
verla llegó a su fin y tuvieron que marcharse. Su padre no pudo llegar a
tiempo, cosa que a la larga, tanto Maurice como Phillipe agradecieron mucho,
porque Louis no tuvo ninguna compasión, sometiendo a Sarah a la humillación de
pasearla cargada de cadenas por las calles hasta el lugar de ejecución. Y si
alguna duda les quedaba de la maldad y locura de su hermano mayor, quedó
suprimida cuando fueron obligados a presenciar todo aquello, pero no sin
asegurarse de que nada podrían hacer. Cuando la pira fue encendida, Sarah miró
a Phillipe y él adivinó más que escuchó, lo último que ella dijo.
-
Solo una.
Luego de decir aquello cerró los ojos y
Phillipe decidió pensar que había muerto antes de que las llamas alcanzaran su cuerpo.
Los Saint-Claire no tenían ninguna duda de que aquello había posicionado a
Louis, como uno de los más audaces defensores de la fe cristiana, al ser capaz
de llevar a su propia abuela a la hoguera, pero ciertamente para su familia se
convirtió en el monstruo que sin duda era.
El escaso agradecimiento que hubiesen
podido sentir, por haberles advertido que saliesen de París, cosa que ya su
padre había decidido en cualquier caso, quedó sepultado por aquel acto de
extrema crueldad.
El Archiduque por su parte, que si bien
nunca se metió en asuntos políticos, en cambio sí había dedicado su vida a
hacer buenos y útiles contactos en ambos bandos, tanto en Francia como en el
exterior, de manera que hizo uso de ellos y apenas un mes después de la muerte
de Sarah, Louis era destituido teniendo que abandonar que abandonar Francia. A
su padre no le interesaron ni la forma,
ni los medios, todo lo que quería era alejar a aquel desgraciado de sus vidas,
y sin duda Louis tenía que considerarse muy afortunado, porque nada le habría
costado al señor Archiduque y con la misma facilidad, arreglar su asesinato.
Cuando Phillipe cumplió dieciséis años,
su padre le dijo que esa primavera y en cuanto se efectuase el matrimonio de
Maurice, él debía comenzar a buscar esposa. Por supuesto, él hizo sugerencias y
le indicó el grupo dentro de las que podría escoger, pero no interfirió en su
elección.
Phillipe conoció a Daphne en el Baile de
debutantes de ese año y enseguida decidió que era aquella chica a la que
quería. Una vez que su padre fue informado, hizo los arreglos correspondientes
y como el padre de la futura novia no puso ninguna objeción, Phillipe no quiso
esperar. De modo, que al año siguiente y a la impropia edad de diecisiete años,
también contraía matrimonio.
Pero las desgracias de la familia
Saint-Claire parecían no acabar nunca, porque después que Marie, la esposa de
Maurice, tuvo a su primera hija, el médico dijo que no podría tener más hijos.
Louis le dijo a su hijo que podían buscarle otra esposa pero Maurice se negó y
aunque fue advertido que si no lo hacía, los títulos pasarían a manos de
Phillipe, siguió negándose. De modo que Louis decidió hacer la cesión de sus
títulos a Phillipe. Sin embargo, cuando Daphne dio a luz a Anne-Marie, el
hombre comenzó a preocuparse, pero no tuvo tiempo para preocuparse mucho más
porque aquel invierno falleció.
Por un lado había muerto su padre y por
el otro el nuevo Archiduque de Lothringen y Conde de Cleves, comenzó su
calvario con su mujer. Aunque Phillipe la quería de veras y lo último que
quería era que su mujer observara el mismo comportamiento de las otras damas,
lo habría preferido a aquella indecente sucesión amantes a los que se veía
obligado a enfrentarse para defender el muy discutible honor de su esposa. Para
empeorar la situación, Daphne no se conformaba con tenerlos, sino que encima,
era lo suficientemente descuidada para embarazarse y si de algo no cabía
ninguna duda, era que no eran hijas de Phillipe.
En un brevísimo lapso de tiempo,
Phillipe se convirtió en uno de los hombres más temidos de Francia, porque
ninguno de los sujetos con los que se había visto obligado a enfrentarse, había
logrado sobrevivir.
Cuando nació su tercera “hija”, Maurice
tuvo una larga conversación con él y aunque tal vez Phillipe habría podido
pensar que su hermano era el menos indicado para sugerirle cambiar de esposa,
sus casos eran absolutamente distintos. Sin embargo, después del nacimiento de
Desiree, Daphne entró en un período de depresión que hizo a Phillipe buscar la
ayuda de un médico, pero aparte de limitarse a recetarle tranquilidad y a
sugerirle a Phillipe que la llevase al campo, no hizo nada más. El asunto es
que Daphne empeoró, alternaba períodos de actividad frenética, con períodos en
los que ni siquiera quería salir de su habitación, lo que hoy no dudaríamos en
calificar de Trastorno Bipolar. Incluso durante el embarazo de Cecile, intentó
suicidarse y solo la rápida intervención de Phillipe había evitado que
sucediera.
Tuvieron un breve período de calma
previo al último embarazo de Daphne. Se habían retirado a sus propiedades de
Lyon, Daphne parecía feliz y esa felicidad se transmitió a Phillipe cuando su
esposa le anunció que estaba embarazada, porque era la única oportunidad en la
que podía estar razonablemente seguro de que era suyo.
Pero después del nacimiento de Sophie y
apenas había terminado el período de reposo correspondiente, Daphne se puso
difícil y exigió volver a Paris. Phillipe se había negado, pero aparte de que
su mujer comenzó a tratar mal a las niñas, otro intento de suicidio terminó por
convencerlo. Tal y como esperaba, en cuanto Daphne pisó Paris volvió a su
anterior comportamiento, solo que en esta ocasión se había involucrado con el
individuo equivocado.
Hasta la fecha, solo el peso de sus
apellidos había mantenido a Phillipe
fuera de La Bastilla, pero en esta ocasión el sujeto en cuestión era primo del
Rey, algo que lo colocaba en una pésima posición. Si no lo enfrentaba, la
reputación de su mujer quedaba en entredicho y por extensión la suya, y si lo
hacía, sería ejecutado por atentar contra sangre real. De modo que Maurice se
hizo cargo de la manera más diplomática que encontró de manejar la situación, y
en consideración a sus apellidos, se les ofreció como salida el exilio.
Y fue de ese modo, que el 15 de
noviembre de 1588, justo un mes antes de que Sophie cumpliese su primer año de
vida, los Saint-Claire abandonaron su tierra natal rumbo a Inglaterra.
Tanto su reputación como la de su
esposa, los precedían, pero los caballeros ingleses parecían igualmente audaces
y varios ni siquiera tuvieron ocasión de lamentarlo. Pero después que llevaban
tres años en Inglaterra, Daphne comenzó a comportarse de manera decididamente
extraña, lo que obligó a Phillipe a recluirla en su casa de campo, pero con la
expresa advertencia a la señora McGrath, de que la Archiduquesa no debía
acercarse a las niñas más tiempo del estrictamente necesario. Si a la mujer le
pareció extraño o no, no dijo nada y se limitó a cumplir las órdenes de su
señor. Las niñas veían a su madre una hora en las mañanas y dos en la tarde. Si
se encontraba indispuesta, las visitas se suprimían por completo.
A pesar de este arreglo, las niñas
amaban a sus padres y en el caso de Phillipe, aunque quería a todas las niñas y
en opinión del ama de llaves este joven caballero se preocupaba mucho más por
su descendencia de lo que se estilaba, Phillipe sentía verdadera adoración por
la más pequeña de sus hijas, era a la única que solía leerle cuentos y cuando
estos se agotaron, comenzó a contarle las viejas historias que le contaba su
abuela, aunque sin mencionar nombres.
Durante todo el tiempo que había durado
su matrimonio, su hermano Louis intentó en reiteradas oportunidades ponerse en
contacto con él, y con la misma diligencia él lo había evitado. Debido a esto,
Louis pareció decidir que como no podía
verlo, le haría el mismo servicio si le escribía, y después de la primera carta
donde hacía una extensa e innecesaria exposición de las virtudes que debía
poseer una esposa, todas las restantes terminaron en la chimenea sin ser
abiertas siquiera.
Solo en dos oportunidades Louis se había
atrevido a irrumpir en la casa de Maurice y en ambas oportunidades los hermanos
lo habían echado de allí. De ahí que sus hijas no lo conociesen, con la posible
excepción de Anne-Marie, que era la que estaba un poco más grande las dos veces
que Louis se presentó en la casa de Maurice. Y como no había nada más alejado
de los deseos de Phillipe que modificar esa situación, la repentina presencia
de Louis en el funeral de Daphne, despertó no solo su ira, sino la necesidad
urgente de proteger a sus hijas de aquel miserable. Y aunque no tenía idea de
qué buscaba, estaba seguro que cualquier cosa relacionada con aquel
desgraciado, solo podía traer dolor.
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