Después
de la partida Dylan, Kendall pensó que su vida iba a volverse muy aburrida. A
pesar de que tenía una buena relación con su hermano Arthur, éste no era ni la
mitad de divertido que Dylan, de hecho no era en lo absoluto divertido. Sin
embargo, pronto descubrió que no sería del todo así, porque Sophie fue una
magnífica compañera de aventuras. Nunca ponía objeciones a sus planes y
participaba activamente de ellos sin importar cuan locos o improbables estos
pudieran ser.
La
relación de ellos se estrechó con la ausencia de Dylan, de modo que cuando le
llegó el momento de partir tuvo una agria discusión con sus padres, porque no
quería irse y dejarla especialmente en la situación en la que se encontraba en
aquel momento. No obstante, su padre fue inflexible y no le quedó más remedio
que marcharse.
En un
inicio se había portado francamente insoportable y Lord Arlingthon casi llegó a
perder la paciencia, incluso se había portado tan decididamente desagradable
cuando conoció a su futura esposa, que su padre llegó a temer por el
compromiso. Pero finalmente Kendall había entrado por el aro y asumió sus
responsabilidades como se esperaba de él, comenzó a participar de las reuniones
y resultó muy hábil para ello.
Aparte
de su atractivo físico con sus cabellos dorados como el sol y ojos azules cual
cielo despejado, su encanto natural ejerció un poderoso atractivo entre las
damas que solían llamarlo el Apolo
londinense. De modo que en una sola temporada Kendall acaparó la atención y
no había un solo día que no tuviese tantos compromisos, que invariablemente
tenía que rechazar alguno.
Aprendió
a desenvolverse dentro del sórdido grupo de damas que solía invitar a los
jóvenes caballeros no solo a las reuniones que efectuaban en sus casas, sino
también a sus camas. En este aspecto, la única que pudo haber representado un
serio problema, había sido Lady Danworth. A pesar de que había tenido
relaciones con muchas mujeres contemporáneas de Helen Danworth, el solo hecho
de pensar que era la madre de su amigo y que se comportara de aquella manera,
hacía que Kendall se sintiese enfermo y lo que más lo asqueaba, era la evidente
y desvergonzada insistencia de ésta. De modo que la advertencia hecha por su
padre resultó del todo innecesaria en el caso de aquella mujer, quien más
adelante aparte de su desagrado, se ganó también su resentimiento.
Los
celos no eran exactamente un componente de las relaciones que se establecían
entre los miembros de aquella sociedad. Sin embargo, ocasionalmente hacían su
aparición en forma de comentarios insidiosos. De modo que en una oportunidad,
una de sus compañeras de cama había hecho uno que despertó la ira de Kendall.
-
Esa mujer es francamente desvergonzada,
mira que ir tras tu padre y como no pudo conseguirlo, ahora quiere cazarte a
ti.
Kendall
ya llevaba el suficiente tiempo en aquel ambiente como para haber aprendido
algunas cosas, entre ellas el arte de fingir. De manera que fingió no haber
prestado atención al comentario, pero luego se las arregló para que la mujer
siguiese hablando del asunto y de esta manera se había enterado que la
honorable Lady Danworth, se había negado en un principio a casarse con el padre
de Dylan, porque según lo que se contaba, había insistido en que Lord Arlingthon
debía dejar a su esposa por ser ésta incapaz de darle un heredero, pero que no habiendo podido evitarlo, después
de su matrimonio se había dedicado con insistencia a perseguir a su padre,
hasta que un día pareció darse por vencida.
Aquello
hizo que el escaso aprecio y respeto que Kendall podía haberle profesado a
Helen por ser la madre de su amigo, quedasen completamente anulados y fuesen
sustituidos por el desprecio y el asco, aunque se cuidó muy bien de demostrar
abiertamente ninguno de los dos sentimientos, porque sabía muy bien que Joseph
Danworth era un hombre peligroso y en atención a la amistad que lo unía a
Dylan. Y aunque siguió tratándola con el mismo respeto y amabilidad de siempre
cada vez que se la encontraba en alguna reunión, jamás le concedió ni un milímetro de su
codiciada atención.
Por
supuesto, esto jamás se lo mencionaría a Dylan y fue el primer asunto que le
escondió a su amigo. El segundo, fue con relación a Sophie. Cuando Dylan le
preguntó por ella en ocasión de su visita a Inglaterra para su boda, Kendall le
había dicho que no la había vuelto a ver y aquello era una mentira, porque poco
tiempo antes de su boda, Kendall había estado en Darnley y lo primero que había
hecho al llegar, fue enviarle una furtiva nota a Sophie avisándole que estaba
de visita en su casa y que le gustaría que se vieran en el lugar de siempre y
por supuesto ella había asistido al breve encuentro.
Aquello
había sido lo peor que Kendall había podido haber hecho, porque a pesar de que
Sophie seguía siendo una niña y carecía del refinamiento de las mujeres a cuyo
trato se había acostumbrado, la encontró mucho más de su agrado que todas
ellas, incluida su futura esposa, a quien en cualquier caso nunca había estado
dispuesto a encontrarle nada bueno. Sin embargo, expulsó aquellas tontas ideas
de su cabeza y se dijo que aparte de que estaba a punto de casarse, Sophie no
solo era una niña aún, sino que era su amiga pero cuando Dylan le preguntó por
ella y no sabiendo bien por qué, negó haber vuelto a verla.
Kendall
volvió a Londres, se encontró con su viejo amigo y contrajo matrimonio. Aquello
no cambió mucho su vida, ahora tenía una esposa pero aunque atendía sus deberes
maritales, seguía llevando la misma vida de siempre, aunque con un poco más de
discreción.
Su
esposa Mary Ellen por su parte, se comportaba con el recato correspondiente a
una mujer recientemente casada, lo acompañaba a las reuniones sociales, aunque
no participaba de forma muy activa en la vida social londinense. Era una
criatura frágil, con una belleza pálida, cabellos castaños, ojos azul claro,
sumamente silenciosa y Kendall llegó a pensar que habría sido la mujer perfecta
para su hermano, pero era a él a quien le había tocado en suerte.
Para
su buena fortuna y alegría de sus padres, Mary Ellen se embarazó muy rápido y
en cuanto se supo esto se trasladó a Darnley. Una vez que la dejó instalada
allí, volvió a Londres hasta el momento en que nacería su primer hijo, cuando
regresó junto a su esposa.
Durante
las dos semanas previas al nacimiento, Kendall intentó ver a Sophie pero por
una razón u otra nunca fue posible, de modo que se resignó a que probablemente
su amiga había sido absorbida por los convencionalismos, así que intentó
sacársela de la cabeza. Sin embargo, cuando nació su hijo a quien habían
decidido llamar Brian, Lord Saint-Claire había ido a su propiedad y para
sorpresa de Kendall, ya que Sophie aún no había sido presentada en sociedad,
por lo que no era usual que acompañase a su padre en una visita social, se
presentó con él.
Aquella
visita le generó un enorme desasosiego a los Arlingthon, especialmente a
William. A diferencia de los Danworth, los Arlingthon sí sabían de la relación
de los chicos con aquella niña, y aunque consideraban que Phillipe Saint-Claire
hacía mal en permitir a su hija andar por ahí con dos chicos y mucho mayores
que ella, siempre pensaron que el pobre individuo tenía demasiados problemas
como para ocuparse adecuadamente de su hija menor. Y cuando Kendall había
opuesto una resistencia tan obstinada a irse a Londres, uno de los motivos que
había esgrimido era no querer abandonarla, por lo que Lord Arlingthon se había
empeñado aún más en el asunto.
De
manera que cuando Phillipe Saint-Claire se presentó en Darnley con su hija,
William no dejó de observar atentamente al suyo, porque él era perfectamente
consciente que Kendall no profesaba especial afecto a su esposa, conocía bien
su debilidad por las mujeres hermosas, y si a eso se sumaba el evidente
atractivo de aquella jovencita y la vieja relación entre ellos, podía resultar
algo muy peligroso.
Y
ciertamente lo fue, porque aunque de niños ellos nunca habían prestado atención
a su apariencia, ahora sería imposible no hacerlo. Sophie se había convertido
en una hermosa joven de cabellos negros y sedosos, tez cremosa y ojos azul
profundo rodeados de largas y rizadas pestañas. De modo que Kendall fue
dolorosamente consciente de la belleza de Sophie y del hecho cierto que lo más
probable era que el año próximo, algún desdichado con inmerecida suerte la
convirtiese en su esposa, porque Sophie sería presentada en sociedad ese año.
Como
era natural, no tuvieron ocasión de hablar más que lo estrictamente necesario y
permitido en aquellas circunstancias, porque aunque Kendall se exprimió el
cerebro tratando de encontrar la forma de que pudiesen estar a solas unos
minutos, no la encontró, ya que eso habría resultado del todo inapropiado y no
sucedió. Pero a partir de aquel día, Kendall no volvió a tener una noche de paz
pensando en ella.
A
pesar de que su hijo estaba prácticamente recién nacido, Kendall partió para
Londres en cuanto llegó el momento de que diese inicio la temporada social, y
el fin principal de ello era poder ver a Sophie y tener oportunidad de hablar
con ella, pero se encontró con la espantosa noticia de que Phillipe
Saint-Claire había decidido que la presentación de su hija se llevase a cabo en
su natal Francia, lo que sepultó todas las esperanzas de Kendall y lo hundió en
la desolación.
Aquel
año su participación en las actividades fue casi nula, parecía haber perdido el
interés en todo y aunque seguía siendo encantador, sus relaciones se redujeron
al mínimo. De modo que las damas llegaron a la lamentable conclusión, de que
aquel individuo había cometido la necedad de enamorarse de su esposa, algo que
era considerado casi un crimen por aquellas mujeres, y del todo inapropiado. Y
esto casi les quedó confirmado cuando Kendall volvió a Darnley antes del fin de
la temporada y poco después se enteraron del nuevo embarazo de Lady Arlingthon.
Pero salvo William Arlingthon, que siempre tuvo sus sospechas, nadie supo nunca
la verdadera razón de aquel cambio tan radical en la conducta de Kendall.
Kendall
había avisado a Dylan del nacimiento de su hijo y lo había invitado a Darnley,
pero cuando vio a Sophie, tuvo el enorme deseo de que no apareciese. Sin
embargo, con la desaparición definitiva de ella, volvió a escribirle pero la
respuesta le llegó muchísimo tiempo después, porque Dylan estaba en el lejano
oriente.
Cuando
nació su hija, volvió a escribirle a Dylan, esta vez la respuesta llegó más
rápido, le prometió ir pero le decía que primero debía cumplir con un
compromiso adquirido con anterioridad y que apenas terminase con eso, viajaría
a Inglaterra.
Kendall
estaba muy satisfecho con su hijo, pero prácticamente enloqueció con su hija y
era algo que nadie se explicaba, ya que lo normal era que los caballeros se
mostrasen más inclinados hacia sus hijos varones. Pero era tanto el apego de
Kendall por la niña, que incluso cuando salían a algún lugar, tenía la poco
saludable idea de llevarla, lo que finalmente había terminado en tragedia.
Cuando
Kendall había recuperado el sentido y había sido informado de la muerte de su
esposa y su hija, sus padres temieron por su salud mental. Durante días se negó
a comer e incluso a hablar, no quería ver a nadie y cuando volvió a hablar, su
temperamento se había vuelto irritante y hasta grosero. Los médicos dijeron que
en cierta forma era algo lógico, porque aquella clase de dolor era difícil de
superar. De modo que los Arlingthon se habían armado de paciencia y siendo que
eran las únicas personas a las que él aceptaba ver, eran el blanco de sus
cambiantes estados de ánimo.
Por lo
único que Kendall parecía manifestar algún interés, era por los diarios, de
modo que Lord Arlingthon se los llevaba cada vez que podía, pero después de una
rápida hojeada a ellos, en ocasiones se ponía del peor humor y en otras
simplemente los hacía a un lado sin ningún comentario.
Aquel
día acababa de lanzarlos a un lado, cuando vio que se abría la puerta y pensó
irritado que sus padres debían buscar algo mejor qué hacer que estar constantemente
en su habitación.
-
Madre, preferiría que… --
pero la frase quedó inconclusa al ver a su visitante -- ¿Dylan?
-- sin embargo, de inmediato la
sorpresa fue sustituida por la ira
-- ¿Qué estás haciendo aquí? No hay nada que ver y ciertamente yo no
quiero ver a nadie, así que sigue con tus viajes.
-
Pues eso no se va poder
-
¿Por qué?
Es a lo que te dedicas ¿no?
-
Porque no pienso irme de aquí hasta que
no me expliques algunas cosas.
-
No tengo nada qué explicarte, así que
lárgate y déjame en paz.
Dylan
fue rápidamente consciente de varias cosas. La primera, que su amigo se
encontraba en un estado lamentable de abandono. La segunda, que su humor tal y
como había dicho Lady Arlingthon, distaba mucho del que él conocía. Y la
tercera, que por alguna razón que se disponía a averiguar, estaba en guerra con
el mundo.
-
¡Te dije que te largaras! -- le
gritó
-
Y yo te dije que no se va a poder
-
¡Maldita sea! ¡MADRE!
-
No te molestes, no vendrá. Así que tú y
yo vamos a hablar quieras o no.
-
Ya te dije que no quiero hablar ni
contigo ni con nadie ¿Por qué simplemente no te regresas a tus maravillosos
viajes alrededor del mundo y me dejas en paz?
-
Primero, porque no se me da la gana. Y
segundo, porque no pienso cruzarme de brazos mientras mi amigo va derecho a
arruinar su vida. Es algo que no pienso permitir.
-
Llegas tarde para eso.
Después
de eso, se negó a decir ni una sola palabra más, pero Dylan era extremadamente
terco, de modo que si Kendall no quería hablar lo haría él, y quisiera o no,
tendría que escucharlo. Pasó toda aquella tarde allí, y el día siguiente y el otro
y el de después, y aunque Kendall seguía encerrado en su obstinado mutismo,
Dylan seguía hablando de todo y de todos, de lo que había hecho, de lo que
había visto y de todo lo que se le ocurrió. De manera que si Kendall pensaba
que se cansaría, estaba tristemente equivocado, porque si había algo que Dylan
había aprendido a cultivar, era la paciencia.
Después
de quince días en aquella infantil actitud, Kendall comenzó a hacer comentarios
mordaces, desagradables o groseros, pero Dylan pensó que podía anotarse su
primer tanto, al menos había conseguido que hablara.
La
rutina de Dylan era precisa, se levantaba temprano, montaba un rato y
usualmente iba a los lugares donde antes se reunía con sus amigos. Vio el
tronco donde habían grabado sus nombres, el lugar en el río donde Sophie se
había caído un día y recordó que si él no hubiese reaccionado con tanta
celeridad la corriente la habría arrastrado, porque Kendall se había quedado
paralizado del susto. Llegó hasta a los linderos de la propiedad de los Saint-
Claire pero sabía que no la vería, porque estaba al tanto de que había sido
enviada a Francia y muchas veces se preguntó si su pequeña amiga sería feliz
con su nueva vida. Después de estos paseos matutinos regresaba a casa, desayunaba,
se marchaba a Darnley y pasaba todo el día allí. A duras penas y bajo coacción,
había logrado que Kendall se rasurase la indecente barba que se había dejado.
-
Si no lo haces tú, lo haré yo y te
advierto que no soy muy bueno con nada cortante en mis manos
Aquello
era una mentira del tamaño de la Abadía de Westminster, porque si había alguien
bueno y por lo mismo peligroso con aquellos objetos, era él. Pero como Kendall
seguía negándose obstinadamente, un día decidió llevarse a dos de sus más
fuertes sirvientes para no meter en problemas a los de los Arlingthon, y luego
de pedirle nuevamente a Kendall que se rasura y obteniendo la misma respuesta,
comenzó a prepararlo todo y cuando estuvo listo, su amigo lo miró con la burla
en los ojos.
-
¿Crees que puedes obligarme? Aunque
pensándolo bien, quizá termines por clavarme la maldita navaja en el cuello y
así terminamos con esto.
-
Yo en tu lugar no apostaría por ello -- se
acercó a la puerta y llamó a los dos hombres
-- Sujétenlo y no hay necesidad
de que sean delicados.
Kendall
gritó, insultó y todo lo que se le
ocurrió, pero Dylan no se dio por aludido y una vez que finalizó su trabajo y
que los hombres fueron enviados a casa, Kendall quería asesinarlo pero no
pudiendo hacerlo, optó por un método maligno y que pensó según su trastornado
estado, que heriría a Dylan lo
suficiente como para deshacerse de él.
-
En lugar de estar aquí perdiendo
miserablemente tu tiempo, deberías ir a cuidar a tu madre, a quien le gusta
perseguir maridos ajenos -- pero para
sorpresa de Kendall, Dylan habló como si nada
-
Verás, en primer lugar, mi tiempo es mío
y lo empleo como mejor me parece. Y segundo, no suelo desperdiciarlo en causas
pérdidas y mientras mi madre es una, tú no.
Kendall
lo miró con los ojos muy abiertos y sin poder creer que dijese aquello, porque
si bien era cierto que sabía bien que la relación de Dylan con sus padres,
nunca había sido la mejor, aquella seguía siendo su madre.
-
Vamos Kendall, no puedo creer que pienses
que a estas alturas soy tan inocente cómo para no saber la clase de mujer que
es --
y cómo el otro seguía con la boca abierta, continuó -- De
modo que si pensabas sorprenderme, te equivocaste tristemente, porque no hay
nada que puedas decirme de ella que logre sorprenderme, o que yo no sepa.
Y
aquello era rigurosamente cierto, porque Joseph Danworth se había encargado de
transmitir a su hijo la misma filosofía de vida que su padre le había legado a
él. De modo que Dylan reunía la información de manera compulsiva y había
desarrollado métodos incluso mucho más efectivos que los de su padre para hacerse
con ella. Y ciertamente sabía todo lo que había que saber de su madre, porque
después de enterarse de algunas cosas, decidió que nunca se dejaría sorprender
y averiguó todo lo relativo a ella, algo que por supuesto no contribuyó en nada
a mejorar la opinión que tenía de Helen.
Después
de un mes en aquella situación, Dylan decidió que había llegado el momento de
dar otro paso. Llevó de nuevo a sus hombres pero primero lo intentó por las
buenas.
-
Está haciendo un maravilloso día, así que
creo que es buena idea que salgas a tomar un poco de sol
-
No pienso ir a ninguna parte.
Kendall
se había negado obstinadamente a levantarse, los médicos habían dicho que
necesitaba darle movimiento a los músculos o si no éstos terminarían por
atrofiarse, y ya llevaba más de cuatro meses en cama. Pero Dylan pensó que
antes de llegar a eso, debía comenzar por sacarlo del encierro.
-
Lo imaginé -- dijo mientras se volvía hacia la puerta y
hacía pasar a los sirvientes -- Ya saben qué hacer
-
¡Dylan Danworth, eres un bastardo infeliz! --
pero él se limitó a sonreír
Por
todo el camino hacia el jardín, Kendall estuvo gritándole todos los insultos
que se le ocurrieron, mientras Brenda que estaba escuchando perfectamente, sentía
que le ardían las orejas y William pensaba en la extraordinaria paciencia de
Dylan.
-
William, no sabes cómo me arrepiento de
haberme quejado tanto de ese muchacho cuando era niño -- dijo
Brenda
-
Lo hacías dado su comportamiento, pero
coincido contigo en que nunca pensé que nuestro hijo estaría en situación de
deberle tanto.
Porque
a pesar de las quejas, los gritos y los insultos, definitivamente Dylan había
logrado muchas cosas que ellos no. Ahora Kendall presentaba un mejor aspecto,
se alimentaba mejor e incluso había aceptado ver a su hijo.
Las
salidas al jardín se hicieron rutina diaria y poco a poco Dylan lo obligó a
hacer ejercicio, de modo que un tiempo después, Kendall ya podía sostenerse
sobre sus piernas, aunque necesitaba de un bastón para caminar, pero Dylan
opinaba que era cuestión de tiempo.
También
el tono de sus conversaciones había variado, Kendall había dejado de mostrarse
tan mordaz y de vez en cuando Dylan veía al viejo Kendall emerger de las
sombras. Una mañana mientras estaban en el jardín, Dylan se quedó mirando a su
amigo, porque había estado especialmente silencioso y de pronto vio que una
lágrima resbalaba por su mejilla.
-
Fue mi culpa Dylan -- él
no necesitaba que nadie le dijera de qué estaba hablando, pero también fue
consciente que lo mejor que podía hacer era callar --
Ella no quería ir pero yo me empeñé, y lo peor fue que me obstiné
igualmente en llevar a mi hija. Cuando volvíamos estaba diluviando y sin previo
aviso los caballos se encabritaron, el cochero no pudo controlarlos y al minuto
siguiente estábamos dando vueltas por la ladera. No pude hacer nada, vi a mi
hija morir y no pude hacer una maldita cosa.
Dylan
siguió en silencio porque no había nada que pudiese decir. No podía decirle que
no había sido su culpa, porque él siempre lo creería y había ciertas razones
para ello, ya que había sido su idea, de modo que contradecirlo en aquello no
lo habría llevado a ninguna parte y decirle una obviedad como que no podía
haber hecho nada, le parecía absurdo. De modo que lo mejor que podía hacer era
guardar silencio y estaba acertado, porque Kendall no necesitaba que le dijeran
nada, todo lo que necesitaba era hablar de ello, porque desde el accidente no
lo había hecho con nadie. Pero desde luego, Dylan no estaba preparado para
escuchar lo que oyó a continuación.
-
Espero que Sophie pueda perdonar mi
estupidez.
-
¿Cómo has dicho? -- y
Kendall lo miró con los ojos aún llenos de lágrimas
-
Sophie
-- repitió -- mi
hija se llamaba Sophie, Dylan
En ese
momento Dylan entendió algunas cosas y dedujo otras. Él sabía que Kendall le
había mentido cuando le dijo que no había vuelto a ver a Sophie, en primer
lugar porque lo conocía bien y sabía cuándo estaba mintiendo, y en segundo,
porque se cercioró de ello después. Cuando se dio cuenta que le había mentido
se preguntó la razón y pensó que el mejor modo de averiguarlo era saber cuándo
y en qué condiciones se habían visto, ya que cabía la posibilidad de que le
hubiese sucedido algo a ella y él no quisiera decírselo. Pero en los informes
no encontró indicios de que le hubiese sucedido nada fuera de lo normal, de
modo que siguió preguntándose la razón pero
lo había hecho a un lado por irrelevante y diciéndose que no era asunto
suyo, o que en cualquier caso algún día se enteraría y ese día había llegado, porque
Dylan estuvo absolutamente seguro que la razón obedecía a que Kendall se había
enamorado de Sophie. Era lo único que explicaba que hubiese decidido llamar a
su hija de aquella forma, cuando lo normal habría sido que llevase el nombre de
alguna de sus abuelas y dudaba mucho que la madre de la esposa de Kendall se
llamase de aquel modo.
Pero
con aquella certeza, también surgió una pregunta ¿Por qué ocultárselo? Kendall
sabía que él nunca habría dicho nada, si habían guardado el secreto de sus
encuentros de niños, con más razón habría guardado éste. Sin embargo, no era algo susceptible a ser averiguado salvo
de la misma fuente, pero pasaría mucho tiempo para que Dylan se enterase de la
razón.
Cuando
Kendall estuvo del todo recuperado físicamente, Dylan decidió que había llegado
el momento de que se recuperase emocionalmente. De modo que le propuso a
Kendall hacer un viaje, juntos. Al principio se había negado y Dylan se
preguntó cuánto tiempo le tomaría convencerlo, pero afortunadamente no fue
mucho y finalmente accedió.
El día
de su partida, los Arlingthon estaban en el salón esperándolos para despedirse.
-
Dylan
-- dijo Lady Arlingthon --
aunque viviese mil años y sabemos que eso no sucederá, aun así no sería
tiempo suficiente para agradecerte todo lo que has hecho
-
Y yo no espero que lo haga mi lady.
Kendall es mi amigo y estoy seguro que él habría hecho lo mismo por mí.
-
Gracias Dylan --
dijo William olvidando la fórmula del apretón de manos y
abrazándolo -- Te has hecho acreedor a nuestro eterno
agradecimiento y nuestro hijo te debe la vida.
Se
despidieron de los Arlingthon y partieron. Pero no tenían idea en ese momento,
lo mucho que aquel viaje cambiaría sus vidas.
Como nos dejas así!!!!!
ResponderEliminarQue buen capítulo a esperar el siguiente.